miércoles, 18 de abril de 2012

Olvídate tu, que yo no puedo...

Pasé temprano. No es mi camino de todos los días, pero ya iba tarde. Antes de dar la vuelta en una calle, me encontré con el accidente. Vidrios rotos, la carcaza de un espejo retrovisor entre las plantas del camellón, una mancha roja en el pavimento. Deseé con todas mis fuerzas que fuera una mancha de aceite, no de sangre como me imaginaba. "Ojalá que nadie se haya lastimado seriamente" pensé. Seguí mi camino.

Una hora después, me preguntaban si yo sabía algo más acerca del accidente. Que había sido un muchacho de 16 años, conocido, el que había chocado y había muerto.

No pude resistir las lágrimas. 16 años. La información llegaba en bloques. Que no traía cinturón de seguridad. Que venía alcoholizado. Que acababa de dejar a dos niñas en su casa. Que había sido a las 2 am y no a las 11 pm como habían dicho para proteger a los papás porque no tenía permiso. Que venía a exceso de velocidad. Que había muerto porque el coche le había pasado encima. Que había salido disparado por la ventana del copiloto. Que había mucha gente que le lloraba en su funeral. Que los padres estaban deshechos. Que la vida no iba a ser igual para nadie, para ninguno de los que lo conocieron.

Desde 1995 a la fecha, se ha registrado un 55.5% de aumento en la muerte de jóvenes por accidentes relacionados con el alcohol. La hora pico de estos accidentes es de 1 a 3 de la mañana. El 14% son mujeres. La edad promedio es de 17 años. En el 30% de los accidentes, mueren los ocupantes, más no el conductor. Y dentro de ese porcentaje, el 22% no iban borrachos. Se espera que en el año 2020, ocho millones de personas en el mundo morirán por un accidente relacionado con el alcohol o las drogas. En México, 90% de la población mayor de 15 años consume alcohol, por cada 10 hombres hay 5 mujeres que lo toman en cantidades excesivas. La principal causa de muerte en jóvenes de 15 a 19 años es accidente de vehículo automotor. En 1993, el 3% de estudiantes de secundaria y bachillerato reconocieron haber bebido cinco copas o más por ocasión. En el 2000, la cifra aumentó al 21%. Entre las motivaciones por consumir alcohol está la convivencia con el 71% de quienes reportaron consumir alcohol de manera habitual. Los adolescentes se suman al número de consumidores quienes copian los modelos adultos en los que se asocia con frecuencia el consumo y la embriaguez. A diferencia de sus padres, los adolescentes de hoy en día parecen estarse desarrollando en un medio con mucho mayor tolerancia y permisividad.**

Se mueren nuestros jóvenes por los excesos que les (nos) permitimos. Y aún así nos preguntamos qué estamos haciendo mal como padres. Tener miedo de educarlos y ponerles límites no es opción. Ser padres light no es lo de hoy. Enseñarles a manejar para incorporarlos poco a poco a esta selva de asfalto. Enseñarles a beber con moderación y a no dejarse influenciar por el resto de la borregada. Enseñarles el valor de su cuerpo y su mente. Enseñarles el valor y la recompensa de su esfuerzo. Eso no es igual a ser permisivos y dejarlos sin supervisión porque "ya están grandes". No ponerle límites a un adolescente equivale a regalarle una pistola. Tarde o temprano, se hará daño. Esta ciudad, ya no es la que era cuando nosotros eramos chavos. Ni las adicciones son en la misma intensidad. Ni las reglas de la calle tampoco. La amenaza constante existe. Nuestros hijos nacieron en una sociedad desechable. Hoy eres moda, mañana no. Consumir y tirar. Les reiteramos que el mundo va rápido y por todos lados los bombardeamos con cambios constantes. Para ellos, nada es estable, todo está cerca de desaparecer, por eso hay que vivir rápido y al máximo. Y es nuestra culpa. Somos la generación sandwich, castigada por nuestros padres y oprimida por nuestros hijos. Con este sentimiento de que no vamos a ser igual de tiranos que nuestros padres, somos de lo más permisivos con ellos y con nosotros mismos. Y éstas son las consecuencias de no saber ser un ejemplo para ellos y decidir ser sus amigos. Amigos tienen muchos. O aprendemos a ser padres con todo y educar de una vez, o evadimos y olvidamos el asunto, hasta que nos toque llorar por la pérdida (y la culpa) a nosotros.

A un par de semanas, hoy muchos no se acuerdan que perdieron a alguien que conocían. Sus vacaciones estuvieron padrísimas. "No sabes que peda tan rica, llegué a las 6 de la mañana a mi casa". "Uta, el shopping poca madre, mi pá se rayó". " No mames con el ambiente en el antro, pedimos botella y estuvo de pelos". Nadie experimenta en cabeza ajena. Aún cuando el círculo se cierra y empiezan los accidentes a pasar muy cerca. Nadie recuerda el ejemplo impuesto con dolor. O no quieren recordarlo.

Yo solamente pienso en esa mancha en el piso, en esos padres con una carga insostenible de lágrimas y como tengo hacerle para que no vuelva a suceder. ¿Olvidar? Yo no quiero...



**Fuente: Encuesta de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco en Estudiantes del Distrito Federal 2003, Subsecretaría de Servicios Educativos para el DF de la SEP y el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente.