miércoles, 7 de octubre de 2009

El Mau...

Desde que era chiquito decía que iba a ser político. Jamás dijo que Presidente de la República como todos. El iba a ser político. Cuando jugábamos a la pelota en casa de los abuelos, él prefería ser el réferi en lugar del jugador. Si la pelota se volaba a la casa de junto, no nos dejaba brincarnos "Es que no es nuestra casa, no debemos hacer eso, está mal" y aunque siempre acabábamos haciéndolo, él se quedaba enojado porque no lo habíamos seguido en sus instrucciones.

Cuando fué la movida ochentera, se hizo aparte de mi primo, mi mejor amigo. Andaba con mis amigas, me presentaba a sus amigos, todos los cadeneros de los antros (antes discotecas) lo conocían. No bebía casi nunca, pero invitaba la botella siempre. No fumaba, montaba a caballo rigurosamente 5 días a la semana en el cortijo de Rancho San Francisco adonde está aún la casa de mis tíos. Mi mamá siempre me dejaba salir con él hasta la hora que quisiera. Era el consentido de todos, tan aplicado en la escuela, tan deportista, maduro y obediente. Con él nunca había hora de llegada.

Cuando se graduó de prepa (por cierto, también dió el discurso de generación) decidió entrar a la Escuela Libre de Derecho. Ahí conoció al que hasta hoy sería su mejor amigo. Hijo de un priista reconocidisimo y al que Mau le caía tan bien, que siempre lo invitaba a su casa en Morelos todos los fines de semana y a Acapulco los puentes. Se fueron los dos a pasar el año sabático despúes de prepa a Canadá. De regreso los invitaron a departir con la élite política en Washington. Esto lo contaba siempre muerto de la risa. "No sabes prima, que tipos tan mamones y pagados de sí mismos".

Entró a trabajar en cuarto semestre a un despacho de abogados en Bosques de las Lomas. De esos de Fulano, Mengano, Zutano, Rotschild, Rockefeller, Whatever y Asociados. Destacó muy rápido gracias al imán y carísma que tiene. Cambió de coche, traía el Máxima nuevecito aquel que se reflejaba el tablero en el parabrisas, descubrió las corbatas Hermés y los trajes de Zegna. Empezó a viajar a NY y a Houston frecuentemente. Unas por chamba otras por pachanga. Empezó a vivir los noventas a todo lo que daba. Cuando yo estaba en NY nos veíamos más que nunca. Cenábamos en el Gotham o en el Tabbac y acababamos siempre en el Webster's Hall o Limelight. No debería decirlo, pero en una noche de esas con afterhours conoció a su futura esposa. Nos hicimos compadres cuando nació su primer hijo y nos veíamos muchísimo. Fué testigo de mi boda. Viajamos juntos y teníamos muchos amigos en común. Jugábamos poker los sábados. Nos íbamos a Acapulco y nos íbamos a bailar al Baby como cuando eramos adolescentes.

Un día, conoció en una comida de negocios a un dirigente sindical que pedía los servicios de asesoría del despacho en administración de fondos y contratos con el gobierno. El dirigente se quedó impresionado con el Mau. Y le pidió que se fuera con él al sindicato. Mauricio hizo un balance y se acordó de sus aspiraciones infantiles de luchador social. Recuerdo bien que fué a la casa a cenar ese mismo Viernes. Habló con nosotros entre feliz y contenido. Le dije que sería bueno para él en muchos sentidos, que sería una plataforma importante si de verdad quería pegarle a la política, que le aseguraba un escalón en su carrera. Que él podía hacer la diferencia. Se emocionó al oir esto. Cuando se despidió, me dijo "No manches con la cena prima, estuvo deliciosa, ya vete a vivir al norte, estas hasta la fregada acá". Reimos. Nos dimos un abrazo del que todavía me acuerdo, le dí un beso a Fabiola su esposa, se subieron a su coche y se fueron.

Hace tres años de eso. No nos hemos visto más que en dos funerales y un bautizo. Lo que sabía es que está trabajando desde entonces con el líder sindical. Que es su brazo derecho y el izquierdo. Que vive en Palmas. Que cambió todos sus teléfonos. Hace poco, entre el desmadre de la manifestación en Periférico de los del SME, adonde me quedé atorada con mis hijos, cuando alcancé a pasar, vi a un cuate altísimo, en mangas de camisa, con un altavoz en las manos. Me fijé bien porque mi cualidad no es precisamente la de tener buena vista. "Fer, dime si el que está encima de esa camioneta es tu tio Mauricio" le dije a mi hija que iba adelante conmigo. "A veeeeer? SI! Maaaaa! es mi tio Mauuuuuu!". Cuando le toqué el claxon, la gente que estaba alrededor de él pensaba que yo estaba agrediendo, asi que me llevé mil mentadas en lugar de algún saludo. Llegando a casa, le marqué a mi tia para que me diera sus teléfonos. "Ay mija, qué te cuento, pues si, está luchando por su gente, por lo que el considera justo, ya sabes, el siempre piensa en los demás, mira lo que ha crecido el sindicato, todas las batallas ganadas, todos esos grandes beneficios para la gente, ¿sabías que mi Mau consiguió que tuvieran delfinoterapia en el contrato colectivo? de verdad es un gran hombre, mira mija, aqui están sus teléfonos, le va a dar mucho gusto que le marques, sabes que te adora, apunta...."

Cuando colgué el teléfono, me acordé de lo que Mauricio decía cuando eramos chiquitos y se nos volaba la pelota. "No nos podemos meter a esa casa, no es nuestra, tenemos que respetar, sólo somos los vecinos"....

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